Miguel Espejo
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La soledad futura - Miguel Espejo
"No -dijo-, a mitad de camino no, nunca"
mientras sus ojos resplandecían en esa situación
tras la apertura de paisajes inhóspitos.
Nunca nada está dicho. "¿Eres sensible?" -preguntó
intentando un lenguaje primigenio.
Y las palabras se agotaban
en la búsqueda de una refutación,
incluidos desde entonces
todos los sentimientos
que ahora escribo.
Hacer versos no es una cuestión menor
cuando se trata de caminos.
El que sirve para ir es el mismo
que nos invita al regreso.
Y ni siquiera Lao Tsé puede dar cuentas
de los estrechos desfiladeros
donde jugamos nuestro único destino.
Experiencia es una palabra difícil.
Proviene, si la etimología es digna,
de aquellos estrechos pasadizos
que alguna vez constituyeron
el auténtico peligro.
No hay estelas en el mar y tampoco senderos.
Pero declamar esto suena una especie de agonía
con vientos fuertes y timones de bajeles
al descubierto.
En un cuadro de Chagall
veo el techo donde ella escribía
sus poemas casi perdidos.
Que ya no recuerda.
En esa adolescencia solitaria
¿buscaría acaso un ataúd entre las estrellas?
Temerosa y furtiva
se protegió de no sé qué continentes.
Nombrar al Atlántida sería demasiado pobre
para describir los altares
de fibras y amuletos, de concordancia y aceptación.
A mitad de camino estamos todos nosotros
esperando probablemente un vehículo que no llega nunca.
"No es cierto -aseveró él-. Las mujeres no son
intercambiables como en un prostíbulo."
La invitada a este escaso festín de palabras
tiene sueños, realizaciones incumplidas
y mucho miedo.
La casa del bosque no la protege
de la inmensidad.
Tal vez ignora que aún puede palpar
los cantos gregorianos
con manos de gitana,
suave y dulcemente
en una despedida continua.